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repente, su paragolpe pudo aguantar diez veces nuestro vehículo. En treinta segundos, porque ya teníamos nuestro cable de enganche listo, estábamos de vuelta en ripio firme.

Es notable el arte y la irresponsabilidad de hacer aparentar un camino al doble de su ancho verdadero. Y es conmovedor ver con qué solicitud la gente está dispuesta a ayudar un prójimo en dificultad.

Con todo, estamos en el pueblo de Laja. Es el sitio donde, en el altiplano boliviano, se fundó lo que, hoy, es la ciudad de La Paz, antes de mudarla a su cuenca de hoy para buscar protección contra los vientos fríos que suelen barrer la altiplanicie.

Parece que la iglesia tiene un altar de plata maciza, pero éste no se podría ver hoy por todo el oro de la Tierra; hoy, hay cosas muy mucho más importantes en Laja: hoy, es Carnaval; sí, todavía Carnaval.



¿¡Cuántas polleras!? ... por cada bailarina

Despedida de Carnaval, como lo llaman; y aquí, por lo que vemos, toman las cosas mucho más en serio que en Copacabana. Aquí, las mujeres no bailan en sus voluminosas polleras de cada día. Aquí, están prácticamente aprisionadas e inmovilizadas de las rodillas para arriba en faldas super-extra-voluminosas. Božka le preguntó a una: ¡21 capas de polleras una sobre la otra! Apenas si se pueden mover, con la única excepción de los pequeños pasos que deben dar en sus evoluciones coreográficas. Y los hombres están disfrazados de pie a cabeza, por delante y por atrás.



¡Cuéntelas!

Todo muy en serio por aquí, y todos bailando. Pero no todos en uniritmo con la misma música. No. En la plaza del pueblo, hay cinco conjuntos distintos tocando, todos al mismo tiempo, y hay cinco grupos de bailarines bailando, cada uno su propia cosa, siempre en yuxtaposición todos los grupos contra todos los grupos, a veces incluso mezclándose. La música de cada conjunto se limita, como ya nos acostumbramos, a un ritornelo de cuatro compases, repetido, y repetido, y repetido ad infinitum. Un lindo loquerío. Y las botellas de cerveza desfilando, se entiende.



Aquí, un pantalón plus el sobre-pantalón

Estamos frente a las ruinas de Tiahuanaco. Nada se presta para una visita. Ya está adelantada la tarde, está lloviznando, sopla un viento frígido. Mañana será pues.

Pero, por lo poco que se puede ver a primera vista, el sitio parece un desastre de muy poco atractivo. Para empezar, el sitio como tal está cercado con alta malla metálica reforzada con alambres de púa; y por lo que se puede divisar, desde lejos, cada pieza de importancia adentro, como ser la Puerta del Sol y otras piezas, está, a su vez, cercada por su propia valla de malla y alambre de púa.  Un campo de concentración.

En otro renglón, siempre a primera vista, todo parece - bueno, restaurado sería probablemente una palabra inadecuada - parece re-inventado de manera absurdamente heteróclita y anacrónica.