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¡Ah, sí! Y siempre con los fondos provistos por los gobiernos europeos, les enseñan también a construir barricadas en las carreteras. Es de este instituto, y con los vehículos y la gasolina de este instituto, que salieron los grupos de campesinos vistos por nosotros en días pasados haciendo las barricadas.

Vimos este camino a Incallajta - o sea parte del camino; y todavía lo estamos viendo, y estamos condenados a seguir viéndolo quién sabe cuántas horas más, naufragados en su soledad.  Y vimos las ruinas - o sea parte de las ruinas.

El camino es exactamente como nos había dicho la gente: pésimo e impasable; un infierno aun para nuestro jeep liviano, corto y de doble transmisión; como para perder - al enfrentarse con cada nuevo trecho detrás de cada curva o loma - una respirada y un latido de corazón; más que camino, un vestigio de trocha abandonada a la naturaleza, a veces totalmente obstruida por rocas que tuvimos que remover a mano, a veces cubierta de pasto en un terreno medio fangoso. Y finalmente, impasable; después de todo lo anterior, y varios vados que pasamos como quien desafía cada vez una imposibilidad, llegamos, ya con las ruinas a la vista, al insalvable obstáculo de un caudaloso, profundo, potente, torrente de montaña que ni por milagro se podría cruzar ni en tanque, ni a caballo; tal vez volando - pero, a pesar de la reverenciada teoría de la evolución y a pesar del deseo inmemorial de la humanidad de volar, todavía no nos brotaron alas; sin duda, el lugar de un vado pretérito, hace mucho abandonado como toda la trocha, y reposesionado por la naturaleza; de todos modos, el punto irremediablemente final de tantos esfuerzos desde tantos ángulos. Por lo menos, la satisfacción de haber hecho más de lo razonable.

¿Y las ruinas? Por lo que pudimos ver desde la distancia, su mejor evaluación nos fue dada, ayer, por uno de los encargados del instituto cuando le manifestamos nuestras dudas: "Pero son importantes para nosotros". Sí, de un punto de vista incluso quizás histórico, serán importantes; pero, en su aspecto, que es lo único que justifica querer verlas, no justifican - con sus restos de casitas con techo de doble agua, pero sin techo ahora, naturalmente, y restos de un alto muro con una serie de hornacinas, bastante grandes en su parte inferior, no obviamente trapezoidales, y sí, muy toscas - no justifican una visita; y menos justifican todo el empeño que pusimos en el asunto; y menos, el estar ahora naufragados aquí, ya hace más de cuatro horas, y con la posibilidad cada vez creciente de tener que volver veinte kilómetros a pie.

Resulta que, en el momento de arrancar para el regreso, el conductor del jeep vio que, en la ida, se le habían roto tres pernos de seis de una rueda trasera, y como había salido, irresponsablemente, con dos pernos ya rotos, le quedaba un solo perno de los seis necesarios. Con algo que no se sabe si llamar positivismo o locura, trató de afianzar la rueda con una tira de cuero. Echó a andar - y, naturalmente, rompió el sexto y último perno. Hace cuatro horas y media que se fue a pie a buscar auxilio al instituto, a veinte kilómetros, el lugar más cercano.



El "afianzamiento"