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Menos mal que no nos metimos aquí con nuestro vehículo - de todos modos, hubiese sido cien veces físicamente imposible. Una cosa es estar aquí con un vehículo respaldado por toda una organización, otra, muy diferente, sería estar aquí con nuestro vehículo sin que nadie tuviera el menor interés en enfrentar este infierno para sacarnos de aquí.

De todos modos, está llegando el momento de decidir, si embarcarnos en los veinte kilómetros de trocha y vados a pie para llegar seguro antes del anochecer, o esperar la probable mas no totalmente segura llegada del auxilio. Nos acordaremos de Incallajta.

Decidido. No podemos correr el más mínimo riesgo de dejar nuestro vehículo solo de noche en el instituto. Si, a las 14, no habrá aparecido el auxilio, echaremos a andar los veinte kilómetros a pie.

Son las 14, nada, nadie, a la vista.  Vamos pues.

Ah, pero estamos de vuelta cerca del jeep. Apenas habíamos subido nuestra primera loma y dado vuelta a nuestra primera curva, escuchamos en la distancia un ruido mecánico. En estas partes, no podía ser otra cosa que nuestro auxilio llegando por fin.

Liberados de la caminata de veinte kilómetros, estamos mirando con alivio al mecánico cambiando la pieza rota.

Al llegar al instituto, nos esperaba, lamentablemente, otra edición de una desagradable sorpresa que ya no tendría que ser sorpresa: nuestro vehículo nuevamente vandalizado. Realmente, pensábamos que, en el instituto, estaría seguro, pero ahí estaba a la vista: una antena de radio rota; la pintura de un guardabarro rayada con un objeto contundente; y alguien había metido la nariz debajo del toldo del portaequipaje y no había sabido cerrar el toldo nuevamente, si bien, en el portaequipaje, nada faltaba. No hay nada que hacerle; es imposible dejar el coche solo jamás, salvo en Canadá y Vespuccia. Increíble y triste, pero es así. Por lo menos, el instituto tuvo la caballerosidad de cobrarnos, en vista de los acontecimientos, solamente la mitad del precio convenido.

En otro renglón, nos enteramos, de que, aprovechando el reciente silencio de las radiodifusoras, había habido serios disturbios en La Paz, a punto de que el ejército tuvo que retomar control de la ciudad; también, de que ciertos activistas empezaron una huelga de hambre; también, de que, ante la seriedad y confusión de la situación, la Iglesia ofreció su mediación en el enfrentamiento aparentemente sin salida.

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