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Por cuanto, todavía no sabemos, a pesar de la vox universalis, dónde está la cumbre más alta de América, pero sabemos donde está el colmo del ridículo científico; estando el ridículo no tanto en la cantidad de datos como en el hecho de que cada dato esté presentado como medición exacta en vez de sólo humildemente aproximada; y el ridículo está en que se tenga la osadía, o la inconsciencia, de querer comparar altitudes tan gelatinosas.

Hasta hace pocos años, había que pasar por encima de la cresta; ahora, está el túnel. La gran perdedora del cambio es una gran estatua de Cristo, que siempre se especifica Redentor como si jamás hubiese habido otro Cristo; estatua otrora punto obligado de interés y ahora abandonada en la soledad de la cima ya intransitada.

Ya está. Pasamos el acro-túnel, de casi tres kilómetros, y no recto. Nuestra primera, y sin duda última, frontera endoterránea.

De este lado, el paisaje sigue hermoso, quizás se puso más hermoso; pero la carretera, si bien buena, no es tan lujosa como del lado argentino.

Pero aquí, en seguidita, está la aduana chilena.

Ya está. Algo de confusión por discrepancias entre los carteles y las funciones de las ventanillas, pero todo siempre muy amable. El edificio mismo de la aduana es como no vimos en ninguna parte hasta ahora: una gran estructura de hormigón, con todas las oficinas y una playa de estacionamiento grande, todo, integramente cerrado, a prueba de cualquier intemperie.

Cambiamos no sólo de país, sino también, otra vez, de zona horaria. Hace media hora, eran las 15:50; ahora, son las 15:20.

Por otra parte, por más increíble que sea, todavía no cambiamos de imperio: desde el sur de la tan lejana Colombia, todavía seguimos en el gran Tahuantinsuyo de los incas, en su provincia del sur, o sea Collasuyo, después de haber andado por sus tres otras provincias, el Contisuyo, el Antisuyo y, originalmente, el Chinchasuyo, la provincia del norte.

Y empezamos a bajar el lado chileno de la Cordillera, probablemente nuestra última gran bajada. El paisaje, de hermoso, se tornó grandioso. Vamos a ver qué tal es el famoso centro de esquí Portillo.

No tuvimos que ir muy lejos. Aquí no más está. Qué desastre, y ¿esto es un famoso centro de esquí? Tal vez será famoso porque aquí se alcanzó, una vez, la maximarca de velocidad de 171 kilómetros por hora en esquí, exactamente 171,428 kilómetros por hora, pero igual es un desastre. Una barbaridad de enorme hotel paralelepipédico sin ninguna gracia, cortando implacablemente lo que, de otra manera, sería un paisaje fantástico por los cuatro costados.  Un >>>>>>>>