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Pero nosotros, ahora, hacia Viña del Mar y Valparaíso. Más que nada, Viña del Mar, donde parece que, en la costanera, hay una de las famosas cabezas de la isla de Pascua.

Llegamos al océano Pacífico casi sorpresivamente, por entre leves lomas, en el pueblo de Concón. Para nosotros, es un tremendo cambio, un tremendo contraste, en tan corta distancia y tan corto tiempo, entre los estáticos gigantes nevados de la Alta Cordillera y el indetenible poderío del pulso de este océano Pacífico.

En el mismo acto, no nos cabe la menor duda de que estamos en una costa 150/oo turística.  Seguirá probablemente lo mismo ahora, de aquí hasta Viña del Mar.

Se puede estudiar cómo el turismo oblitera su propia razón de ser; pasando de sitios todavía primordialmente prístinos a sitios con sólo casuchas de madera remanentes de la gente que realmente vivía y trabajaba aquí; a sitios donde éstas van siendo rodeadas y desplazadas por grandes cantidades de casas veraniegas bien puestas que todavía se adaptan en cierta manera al ambiente; a sitios donde éstas, a su vez, van siendo rodeadas, y a veces desplazadas, por los grandes cuarteles para el turismo en masa.

Es curioso observar cómo ciertos arquitectos tratan, dentro de lo malo, hacer el menor mal, mientras que otros, con perfecta indiferencia, destruyen la razón misma de querer construir algo. Los primeros construyen sus rascanubes, con cada piso en retirada en relación con el piso inferior, de manera que sus edificios, a veces de una altura de veinte pisos, están apoyados contra la loma de la costa, tratando por lo menos de adaptarse al delineamiento de la topografía. Los segundos construyen sus paralelepípedos ciegos, hasta en pequeños promontorios rocosos que tendrían que haber quedado propiedad pública, tapando, por lo menos violentando, así la legítima vista pública del mar.


Concón

Es esta costa del tipo que se mira pero no se toca, o sea perfectamente inapta para bañarse pero hermosa para mirar, con las grandes olas despedazándose contra, alrededor y por encima de, las rocas, como sugieren nombres tales como Costa Negra, Costa Brava.

En uno de los cortos trechos todavía al natural, detectamos, en una roca asaltada, asediada, por las aguas espumosas por todos sus lados, una colonia de lobos marinos perezosamente observando la efervescencia alrededor de ellos, como si fuera desde un fortín. Nos detuvimos, y ahora mismo los estamos observando.

Como en las escenas más estereotipadas, un gran mandamás corpulento, y no muy acogedor, está dominando y, se supone, gobernando la manada. Nos preguntamos cómo se las arreglan, con sus medios locomotores tan deficientes fuera del agua, para moverse por las grandes grietas de su islote. Mirando mejor, detectamos una docena o dos de lobos marinos nadando en la espuma cerca de la roca. Nos preguntamos cómo se las arreglan para no dejarse estrellar contra las asperezas rocosas.