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su trasero perfectamente blanco, de manera que cuando más necesitan escapar de un peligro, corriendo, es cuando más son visibles para sus enemigos.

Seguimos viendo más rebaños de antílopes. Parece que les gusta andar de a una docena más o menos; es cuantas chicas le gusta a cada muchacho, suponemos.



Uno de esos rebaños

Son estos antílopes del tipo con asta recta; y parece que Wyoming tiene la mayor concentración de la Tierra.

Recién tuvimos dos encuentros inesperados.

Desde lejísimos, habíamos visto un increíble rebaño de centenares de cabezas, y acto seguido, un par de jinetes. No, ni antílopes, ni cazadores. Un tradicional rebaño de ovejas con dos arrieros.

Pero este aspecto del encuentro no fue tan inesperado como el aspecto que se evidenció luego.

Como ya nos habíamos estado preguntando si todas estas tierras abiertas son del gobierno o de particulares, decidimos preguntar a uno de los dos hombres; y ¿con qué nos encontramos? En un inglés perfectamente primitivo, que "él no hablar inglés, él hablar español". Para su grandísima sorpresa y alivio, la conversación se volvió instantáneamente castellana. Es un Peruano. En el primer instante, habíamos creído que era un Mexicano, lo que no sería tan extraño, pero encontrar un Peruano que todavía no puede decir dos palabras inglesas seguidas, cuidando ovejas en Wyoming, ya pasa de lo común.

Ni habíamos terminado de digerir el encuentro con el Peruano, que ya tuvimos otro encuentro a la vista.

A los 300 metros ó 400 metros de la tranquera donde estamos nosotros, y por donde se habían precipitado las ovejas, ahora vimos un antílope fuera del alambrado, o sea por el lado de la carretera, tratando de regresar a su terruño pero no lográndolo. Como las ovejas y los arrieros ya se habían alejado, decidimos abrir la tranquera y correr el antílope adentro. Más fácil decir que hacer. Tuvimos que dar más corridas de las que pudimos contar, sobre centenares de metros, para que, por fin, el antílope tuviese la bondad de llegar a la tranquera y entrar por ahí; con toda seguridad que, a estas horas, todavía está convencido de que lo queríamos matar, y no ayudar.

Ah, conviene aclarar que quisimos tanto ayudarle porque en varios lugares ya habíamos visto antílopes muertos a lo largo de la carretera, en todos los estados desde recién matados hasta esqueletos ya blanqueados por los elementos.

En el cuero desecado de un accidente ya viejo, el automovilista que atropelló al animal inclusive dejó, sin saberlo, su firma en la víctima; al darle Karel >>>>>>>>